En
esta serie de cartas hemos hecho varios comentarios sobre la situación general
que estamos viviendo. Como consecuencia de esas descripciones llegamos a la
siguiente disyuntiva: o somos arrastrados por una tendencia cada vez más
absurda y destructiva o damos a los acontecimientos un sentido diferente. En el
trasfondo de esta presentación está operando la dialéctica de la libertad
frente al determinismo, la búsqueda humana de la elección y el compromiso
frente a los procesos mecánicos cuyo destino es deshumanizante. Deshumanizante
es la concentración del gran capital hasta su colapso mundial. Deshumanizante
será el mundo resultante convulsionado por hambrunas, migraciones, guerras y
luchas interminables, inseguridad cotidiana, arbitrariedad generalizada, caos,
injusticia, restricción de la libertad y triunfo de nuevos oscurantismos.
Deshumanizante será volver a girar en una rueda hasta el surgimiento de otra
civilización que repita los mismos y estúpidos pasos de engranaje... si es que
esto pueda ser posible luego del derrumbe de esta primera civilización
planetaria que, por ahora, empieza a conformarse. Pero en esta larga historia
la vida de las generaciones y de los individuos es tan breve y tan inmediata
que cada cual atisba el destino general como su destino particular ampliado
y no su destino particular como destino general restringido. Así, es mucho
más convincente lo que a cada persona le toca vivir hoy que aquello que vivirá
mañana o que sus hijos vivirán mañana. Y, desde luego, es tal la urgencia de
millones de seres humanos que no queda horizonte para considerar un hipotético
futuro que pueda sobrevenir. Demasiada tragedia existe en este preciso instante
y esto es más que suficiente para luchar por un cambio profundo de situación.
¿Por qué, entonces, mencionamos el mañana si las urgencias de hoy son de tal
magnitud? Sencillamente, porque cada vez más se manipula la imagen del futuro y
se exhorta a aguantar la situación actual como si se tratara de una crisis
insignificante y llevadera. “Todo ajuste económico –teorizan– tiene un costo
social.” “Es lamentable –dicen– que para que todos estemos bien en el futuro,
vosotros tengáis que pasar mal vuestro presente.” “¿Acaso antes –preguntan–
había esta tecnología y esta medicina en los lugares de mayor abundancia?”. “Ya
os llegará el turno –afirman– también a vosotros!”
Y mientras nos
postergan, estos que prometieron progreso para todos siguen abriendo el foso
que separa a las minorías opulentas de las mayorías cada vez más castigadas.
Este orden social nos encierra en un círculo vicioso que se realimenta y
proyecta a un sistema global del que no puede escapar ningún punto del planeta.
Pero también está claro que en todas partes comienza a descreerse de las
promesas de la cúpula social, que se radicalizan posiciones y que comienza la
agitación general. ¿Lucharemos todos contra todos? ¿Lucharán unas culturas
contra otras, unos continentes contra otros, unas regiones contra otras, unas
etnias contra otras, unos vecinos contra otros y unos familiares contra otros?
¿Iremos al espontaneísmo sin dirección, como animales heridos que sacuden su
dolor o incluiremos todas las diferencias, bienvenidas sean, en dirección a la
revolución mundial? Lo que estoy tratando de formular es que se está
presentando la disyuntiva del simple caos destructivo o de la revolución como
dirección superadora de las diferencias de los oprimidos. Estoy diciendo
que la situación mundial y la particular de cada individuo será más conflictiva
cada día y que dejar el futuro en manos de los que han dirigido este proceso
hasta hoy, es suicida. Ya no son estos los tiempos en que se pueda barrer con
toda oposición y proclamar al día siguiente: “La paz reina en Varsovia”. Ya no
son tiempos en que el 10% de la población pueda disponer, sin límite, del 90%
restante. En este sistema que comienza a ser mundialmente cerrado, y no
existiendo una clara dirección de cambio, todo queda a expensas de la simple
acumulación de capital y poder. El resultado es que en un sistema cerrado no
puede esperarse otra cosa que la mecánica del desorden general. La paradoja de
sistema nos informa que al pretender ordenar el desorden creciente se habrá de
acelerar el desorden. No hay otra salida que revolucionar el sistema,
abriéndolo a la diversidad de las necesidades y aspiraciones humanas.
Planteadas las cosas en esos términos, el tema de la revolución adquiere una
grandeza inusitada y una proyección que no pudo tener en épocas anteriores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario